Medios virales vs medios que piensan: la nueva pelea en el Surcolombiano
En el sur del país, durante muchos años, la información tuvo dueño y apellido. Los medios tradicionales del Surcolombiano mandaban la parada: un noticiero en la noche, el periódico en la mañana, la emisora prendida en las tiendas y el resto del departamento escuchando, viendo y repitiendo. Lo que no salía ahí, “no existía”. Ese era el acuerdo silencioso.
Luego llegó lo digital y el tablero se volteó. De un momento a otro, un joven con un celular podía contar algo antes que el noticiero de siempre, una página de barrio podía tener más alcance que una emisora histórica y un en vivo desde la calle podía pesar más que una rueda de prensa. Muchos medios tradicionales no entendieron el golpe: creyeron que se trataba solo de formatos, no de fondo. Cambiaron la cabecera, abrieron redes, hicieron lives… pero no cambiaron la forma de mirar el poder, ni de hablarle a la gente.
En ese espacio crecimos nosotros, desde lo digital. No como “página viral” que vive del chisme o del meme del día, sino con la decisión —y el riesgo— de hablar de temas que otros preferían rodear: política, territorio, decisiones públicas, tensiones sociales. Ahí está una de las diferencias que más se nota hoy: una cosa es ser viral; otra muy distinta es tener criterio.
En redes hay de todo: contenidos que explotan por una frase graciosa, por un video escandaloso o por una pelea de comentarios, y está bien, así funciona internet. Pero dedicarte a temas complejos —presupuestos, licitaciones, proyectos, decisiones de gobierno— exige otra cosa: conocimiento, memoria y una línea de trabajo. Eso, nos guste o no, es lo que nos ha terminado diferenciando. Mientras algunos solo persiguen alcance, nosotros hemos insistido en algo más incómodo: contexto.
Muchas veces hemos visto cómo pasa lo mismo: desde lo digital ponemos una línea, una lectura, una alerta, una columna; la conversación arranca en redes, se calienta en los comentarios, la gente se apropia del tema… y solo después, varios medios tradicionales, opinadores y personajes públicos empiezan a hablar de eso mismo, casi con las mismas palabras. No lo digo como queja ni como medalla: lo digo como síntoma. Durante años nos miraron por encima del hombro; ahora monitorean lo que pasa en las redes para ajustar su propia agenda.
Y en medio de eso, el juego político sigue. Cuando escribimos una columna sobre un tema que roza a cierto grupo, hay quienes nos leen como si estuviéramos de un lado; cuando analizamos algo que incomoda al otro extremo, nos leen como si nos hubiéramos pasado al contrario. Pero si uno revisa en el tiempo, no hay giro ideológico; hay algo más sencillo: estamos mostrando las dos formas de contar el poder, sin casarnos con ninguna.
Como medios, hemos tenido cercanías con personas de todas las orillas, porque así funciona el territorio: uno tiene que conocer a quienes toman decisiones, a quienes hacen oposición, a quienes mueven los hilos. Sería ingenuo negarlo. Pero de la misma forma hemos sido muy conscientes de una línea que no se negocia: nuestros medios no son la oficina de prensa de ninguna vertiente. No lo han sido y no queremos que lo sean.
Eso tiene un costo. No voy a romantizarlo. Es un trabajo tedioso, desgastante. En más de una mesa, en más de una llamada, nos han sugerido —con “buenas intenciones”— que para sobrevivir hay que tomar postura abierta, “escoger equipo”, pactar con alguien, alinearse. Nosotros hemos decidido algo distinto: entender el juego sin entregarle el volante a nadie. Sabemos que la política es dinámica, que hoy fulano es poder y mañana ya no; por eso el único norte que vale la pena sostener es el de informar, no el de servirle a un proyecto.
Lo que hacemos desde lo digital en el Surcolombiano no es un acto de neutralidad fingida, es otra cosa: es aceptar que la realidad es más amplia que cualquier camiseta. Que se puede criticar a un gobierno sin ser enemigo del Estado y que se puede señalar a un empresario sin odiar al sector privado. Que se puede hablar de juventud, cultura, barrio, calle y, al mismo tiempo, de contratos, licitaciones, seguridad y modelo de ciudad.
Al final, los medios tradicionales y los digitales estamos en el mismo terreno: la pantalla del celular de la gente. La diferencia es qué ponemos ahí. Unos siguen defendiendo agendas viejas con formatos nuevos. Otros hemos elegido usar los formatos nuevos para hacer preguntas viejas: ¿quién decide?, ¿a quién le sirve?, ¿quién paga?, ¿quién pierde?, ¿quién gana?
Si hoy mucha gente en el Surcolombiano empieza a hablar de ciertos temas después de verlos en lo digital, es porque entendimos algo a tiempo: la credibilidad ya no se mide en años, sino en coherencia. Y eso no lo da la pauta, lo da la gente que, a pesar de todo, sigue dándole “play” a quienes se atreven a contar las cosas como son, aunque no encajen perfecto en el cuento de nadie.


